Este cuatrimestre estamos dando una asignatura de ética y deontología aplicada a la comunicación. Muchas veces me siento como si hubiera vuelto a las clases de filosofía del Instituto pero en una versión mejorada. La mayoría de los días que damos esta asignatura, los temas divagan tanto que acabamos hablando de prácticamente todo lo que te puedas imaginar. Si tuviera el portátil a mano, serían gloriosos los discursitos y enredos mentales que podría volcar en el blog a raíz de cosas que comentamos en clase... pero no lo hago (menos mal, porque los parrafazos serían inaguantables)
El caso es que hoy hemos tocado el tan polémico tema de la calidad de nuestra enseñanza en la facultad, de la labor de determinados profesores... y claro, en el momento en el que se nos cede la palabra, nos encendemos y usamos la clase como consulta psicológica. Es liberador. Y divertido. Y... tremendamente frustrante. Porque es precisamente en clases como estas en las que te das cuenta de lo difícil que es encontrar profesores con los que hablar sinceramente, de los que escuchan, de estos que no van a intentar censurar tu opinión pero te pueden hacer cambiar sin imponerte su criterio. Hoy en clase me sentía así. Por un lado encantada de la vida comprobando que todavía hay quien se para a escucharnos sin juzgarnos (al menos no de forma directa) y por otra parte completamente desencantada con otros tantos que no son así.
¿Qué queréis que os diga? Yo era de aquellas que pensaban que en la universidad te trataban como una persona madura. Y eso que decían del plan Bolonia, un trato más personalizado y tal... En fin, me río por no llorar. Ése momento en clase en el que nos han preguntado "Pero ¿Cuántas asignaturas consideráis que no han sido dadas de forma correcta?"... la carcajada general ha sido bastante ilustrativa. Por otra parte, no hacemos nada para quejarnos por las vías administrativas (bueno, ha habido infructuosos intentos, creo recordar) pero es bastante desesperanzador pensar en cuantísimas cosas se hacen mal.
P.D: Creo que la próxima vez que escriba sobre clase será en una ocasión en la que me sienta optimista, porque vaya pena de post!
El caso es que hoy hemos tocado el tan polémico tema de la calidad de nuestra enseñanza en la facultad, de la labor de determinados profesores... y claro, en el momento en el que se nos cede la palabra, nos encendemos y usamos la clase como consulta psicológica. Es liberador. Y divertido. Y... tremendamente frustrante. Porque es precisamente en clases como estas en las que te das cuenta de lo difícil que es encontrar profesores con los que hablar sinceramente, de los que escuchan, de estos que no van a intentar censurar tu opinión pero te pueden hacer cambiar sin imponerte su criterio. Hoy en clase me sentía así. Por un lado encantada de la vida comprobando que todavía hay quien se para a escucharnos sin juzgarnos (al menos no de forma directa) y por otra parte completamente desencantada con otros tantos que no son así.
¿Qué queréis que os diga? Yo era de aquellas que pensaban que en la universidad te trataban como una persona madura. Y eso que decían del plan Bolonia, un trato más personalizado y tal... En fin, me río por no llorar. Ése momento en clase en el que nos han preguntado "Pero ¿Cuántas asignaturas consideráis que no han sido dadas de forma correcta?"... la carcajada general ha sido bastante ilustrativa. Por otra parte, no hacemos nada para quejarnos por las vías administrativas (bueno, ha habido infructuosos intentos, creo recordar) pero es bastante desesperanzador pensar en cuantísimas cosas se hacen mal.
P.D: Creo que la próxima vez que escriba sobre clase será en una ocasión en la que me sienta optimista, porque vaya pena de post!
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